Una foto y una canción, avivaron mis recuerdos de la infancia.

Estaba conduciendo rumbo a las clases de deporte de mis hijos mientras miraba por la ventana la luz brillante del sol que me adormitaba, lejos de poder dormir, mis sentidos se activaban con cada mami, mami, mami, de mis hijos, al llegar a mi destino recibí un mensaje de whatsapp, era mi hermana Denisse, me enviaba una foto de mi padre que ese momento le había tomado, en la que estaba sentado en un mueble, con una boina café que cubría su cabeza y dejaba ver tan solo algunas de sus canas, en su mano sostenía una taza blanca que estoy segura estaba llena de café, cruzado de piernas, se veía muy tranquilo, parecía atento a alguien que le esta hablando.

Al ver esa foto  mi memoria de inmediato empezó a traer imágenes, recuerdos de mi infancia, momentos con mi padre en los que en mi casa el ambiente era de celebración o de reuniones sociales entre amigos o familia, era una época en la que cualquier pretexto era bueno para reunirse, en un rincón de la sala estaba un equipo de sonido con dos lucecitas de colores que se encendían cada vez que giraba un plato, en el que daba vueltas un disco del mexicano Javier Solís y  ahí estaba mi padre sentado  en los muebles de guayacán que mi madre adoraba porque a cada lado tenía unas muñequitas desnudas, ella decía que eran ninfas de madera labradas.

Mientras recordaba, me quede un momento estacionada en el auto y empecé a buscar canciones de Javier Solís en mi celular,  “Yo quiero luz de luna” “Esclavo y amo”, “Sombras”, no son canciones que escucho normalmente  pero en esta ocasión quería escucharlas con una intención especial, recordar momentos de mi vida que están cargados de emociones y nostalgia, a penas puse play empecé a sintonizar con más recuerdos que me conmovían, esas canciones están repletas de melancolía, tristeza, desamor, traiciones, pasiones y mucho más, pero no era la energía ranchera que me emocionaba, era lo que venía a mi memoria mientras las escuchaba, viajé al pasado, veía a mi padre cuando tenía 40 años, la edad que yo tengo ahora, sentado, con un cigarro en la mano y un vaso de whisky en la otra, conversando, riendo, cantando, ensimismado, conversando, me miraba y me sonreía con sus ojos.

Empecé a conducir nuevamente, mientras escuchaba las canciones favoritas de mi padre de aquella época, mis neuronas estaban trabajando, recuperando recuerdos, despertando sentimientos, activando mis emociones, sin tenerlo planeado solita me estaba estimulando sensorialmente a través de la música para conectar con momentos de mi vida que me marcaron y que hoy me hacen sentido, para valorar y amar a mi padre por todo lo que representa en mi vida, con su perfecta imperfección supo llenarme de todo lo que yo necesitaba para seguir evolucionando.

Mientras me secaba las lágrimas y llegaba a mi casa, le escribí a mi hermana, Denisse no sabes cuanto he llorado, fueron 30 minutos de catarsis, tal vez eran necesarios, el alma sabe cuando debe purificarse de la carga emocional y si no lo sabe yo mismo la estimule con mis recuerdos. Qué serenidad siento y ahora solo quiero ir a Quito para abrazar a mi padre y cantar con él una canción de Javier Solís.

Con Cariño.

VS

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